Se llenan la boca diciendo que son revolucionarios, que admiran al Ché y para imprimirle el sello de nacionalismo, se declaran herederos de la lucha y el pensamiento de Augusto C. Sandino, el héroe nicaragüense que combatió la intervención estadounidense (1927-1934), pero sus palabras chocan con su forma de actúar y unos hasta rechonchos se notan, sin que nadie les pregunte si están dispuestos a ir a otro lugar a demostrar ese pensamiento revolucionario que tanto pregonan, como lo hizo el Ché. Ya quisiera ver al doctor y diputado casi vitalicio, Gustavo Porras, a quien le gusta ponerse camisetas con la imagen del mítico guerrillero, metido en alguna selva tropical curando enfermos o combatiendo en las selvas colombianas al lado de sus «hermanos» de las FARC.

También me refiero al actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega y los que ahora se enriquecen bajo el alero del poder compartido con su mujer, Rosario Murillo, aunque Sandino haya dejado escrito: «El hombre que de su patria no exige más que un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no sólo ser oído, sino también ser creído»,

Y el Ché, como que hubiera vaticinado el actuar del mandatario de Nicaragua, a quien le gusta ser idolatrado y paga millonarias sumas, para que su cabeza calva la mire el empobrecido pueblo por todo el país en grandes rótulos, dejó esta frase: «… ustedes no entienden lo que yo escribo y repito en mis conferencias. Aquí lo que hace falta no son homenajes, sino trabajo. En cuanto a los honores, se los agradezco, pero les voy a responder en francés, que es más delicado, para no ofenderlos: Les honneurs, ca m´emmerde!.»* ( los honores son una mierda)».

No vacilemos en buscar en el pensamiento del Ché, una serie de frases que sirven para combatir y ponerlos de muralla ante el engaño que nos quieren meter los autollamados revolucionarios: «Lo que nosotros tenemos que practicar hoy, es la solidaridad. No debemos acercarnos al pueblo a decir: «Aquí estamos. Venimos a darte la caridad de nuestra presencia, a enseñarte con nuestra presencia, a enseñarte con nuestra ciencia, a demostrarte tus errores, tu incultura, tu falta de conocimientos elementales «. Debemos ir con afán investigativo, y con espíritu humilde, a aprender en la gran fuente de sabiduría que es el pueblo».

No queda más que decir que en Nicaragua hace falta otra revolución.